El apego aislado se produce en niños que conviven con progenitores que tienen a la vez comportamientos excesivamente controladores y  otros negligentes por lo que se alternan situaciones de atención excesiva y de desatención que el niño no puede asimilar.

La teoría del apego de Bowlby

John Bowlby fue un psiquiatra, psicólogo y psicoanalista británico, nacido en 1907 que desarrolló la teoría del apego, que ha sido muy influyente en la psicología del desarrollo infantil.

Bowlby es considerado uno de los primeros teóricos del apego, cuyos estudios y escritos sobre el tema sentaron las bases para la comprensión moderna del apego. Según sus estudios, el apego se desarrolla en los primeros años de vida de un niño y es esencial para conseguir un desarrollo emocional y social saludable.

Bowlby también desarrolló la teoría de la figura de apego, que describe la importancia de una figura de referencia estable y segura en el desarrollo del apego. Según esta teoría, los bebés y los niños pequeños necesitan tener una figura constante, generalmente la madre o el padre, para sentirse seguros y protegidos.

En su teoría del apego, Bowlby identificó dos tipos de apego principales. Por un lado el apego seguro que es el más deseable en el que el niño recibe los cuidados adecuados y por otro lado el apego inseguro que dividió en cuatro tipos según los cuidados que recibía el niño: el apego ansioso ambivalente, el evitativo, el desorganizado y el aislado.

Las características del apego aislado

El término «apego aislado» se refiere a un patrón de apego disfuncional que se produce cuando los padres o cuidadores son controladores y negligentes al mismo tiempo, y no proporcionan al niño un ambiente seguro y estable para desarrollar una relación de apego seguro.

En este patrón de apego inseguro, el niño puede sentirse desconectado e ignorado en algunos momentos, y en otros puede ser abrumado con cuidados que no son necesarios, lo que puede generar ansiedad y confusión en el niño.

En ciertos aspectos de la vida, los padres intentan sobreproteger o controlar a sus hijos, por ejemplo decidiendo la ropa que deben ponerse, seleccionando los alimentos que deben comer, acompañándolo a todas partes, incluso cuando el menor ya dispone de suficiente autonomía para realizar todas estas tareas por sí mismo.

En otros ámbitos en cambio, los padres pueden desatender al niño, por ejemplo cuando tiene algún problema médico, o lo dejan solo en casa durante mucho tiempo, quizás no realizan un seguimiento de su rendimiento escolar o no atienden sus necesidades emocionales.

En ambos casos, los padres toman las decisiones según sus propias preferencias, sin tener en cuenta lo que quiere o necesita realmente el niño. Los padres no perciben que en ocasiones abruman al niño con atenciones innecesarias y otras veces no lo atienden adecuadamente lo que resulta invasivo en el sentido de identidad del hijo.

La alternancia entre ambos tipos de conducta provoca que el niño se sienta invadido, pero dado que para él, sus progenitores, son una figura de autoridad poderosa, no lucha para defender su punto de vista.

En general, los niños con apego aislado se portan bien, pero les falta vitalidad, son propensos a una autocrítica feroz y manifiestan miedo a ser controlados.

Los niños que experimentan este patrón de apego pueden tener dificultades para desarrollar relaciones interpersonales saludables y pueden tener problemas para regular sus emociones, presentando problemas de conducta y desarrollo cognitivo y lingüístico retrasado, de manera similar a los niños que experimentan negligencia y abandono continuado.

Los comportamientos controladores

Tal como comentamos antes, la concurrencia entre comportamientos controladores y negligentes es lo que favorece la aparición de este tipo de apego. Las conductas controladoras más habituales se basan en la sobreprotección del niño, al impedirle realizar actividades normales para su edad como jugar en el parque o realizar actividades deportivas que los padres puedan considerar de riesgo para el niño.

Otros apartados en los que los padres suelen ejercer su control es en su alimentación, su imagen personal o sus amigos. Los padres deciden de manera estricta la alimentación del niño tanto por el tipo de alimentos permitidos y prohibidos como por la cantidad, o lo visten cada día con la ropa que consideran adecuada, o directamente ejercen su influencia para decidir por él los amigos que puede ver y los que no, sin que el niño tenga margen para decidir en ningún caso.

En su afán de sobreprotección, pueden haber padres obsesionados con la salud de los hijos, que los lleven a médico al menor síntoma o que les impidan realizar ciertas actividades para evitar contagios o que puedan hacerse daño. La ansiedad y la preocupación de los padres se acaba transmitiendo a los hijos y les acaba generando miedos y ansiedad.

Otro ejemplo está en los padres que sobreestimulan a sus hijos con el ocio o las actividades extraescolares, organizando eventos, salidas y juegos sin tener en cuenta sus preferencias y sobre los que el niño no tiene ningún poder de decisión. Por otro lado, esta sobrecarga también puede provocar agotamiento en el niño que no dispone de los periodos de descanso adecuado.

Estos cuidados excesivos pueden variar según la cultura, las creencias y valores de los padres o cuidadores, y de las necesidades individuales de cada niño.

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Los comportamientos negligentes

En el lado contrario tenemos los comportamientos negligentes de la figura de apego, aquellos que provocan que el niño se sienta desprotegido. Estos pueden variar en grado y alcance, pero en general se refieren a situaciones en las que los padres o cuidadores no responden adecuadamente a las necesidades físicas y emocionales de un niño.

Un ejemplo de este tipo de conductas puede ser la falta de atención emocional, donde los padres no proporcionan suficiente atención emocional, afecto y apoyo a sus hijos y se muestran indiferentes a las necesidades emocionales del niño, no reconociendo o no respondiendo adecuadamente a sus sentimientos o necesidades.

Relacionado con el punto anterior estaría el abuso emocional, que se produce por ejemplo cuando los padres critican constantemente al niño, lo menosprecian o le hacen sentir que no es digno de amor y cuidado.

La falta de una adecuada supervisión es otro de los puntos negligentes en los que pueden incurrir los padres, por ejemplo dejando solo al niño o bajo la supervisión de personas no capacitadas, o involucrarlo en tareas o situaciones para las que todavía no está capacitado, como hacer la compra o ir solo al parque si se trata de un niño pequeño.

En general, la inadecuada atención de las necesidades básicas del niño (comida, ropa, higiene, atención médica y seguridad) y la exposición a potenciales peligros (contacto con sustancias tóxicas, armas de fuego, delincuencia, drogas o alcohol) son otros de los factores que propician el apego aislado.

Los cuidados negligentes pueden tomar muchas formas y pueden variar en su gravedad y alcance y contribuirán al apego aislado si no se atienden adecuadamente las necesidades físicas y emocionales de un niño, y si no se establece una relación de apego segura y estable con un cuidador confiable y sensible.

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Cómo revertir a un apego seguro

Los padres pueden adaptar sus atenciones a las necesidades del niño para evolucionar hacia un apego seguro, simplemente adaptando su conducta a la edad y capacidades del menor. Por ejemplo, en la mayoría de los casos un adolescente de 16 años preferirá escoger la ropa que quiere ponerse, mientras que un chico de 6 años no se sentirá seguro si sale solo de casa para ir al parque.

Con el tiempo, al ajustar las conductas de los padres a las capacidades del hijo, el niño conseguirá más seguridad y confianza en si mismo volviendo a un estilo de apego seguro.

En los casos en los que los padres no sean capaces de graduar sus conductas o los niños no evolucionen hacia un estilo de apego seguro, es posible acudir a un terapeuta que ayudará a ver, entender y reparar los fallos relacionales que existen. Con el tiempo y la dedicación suficiente, se logran cambios importantes y se consigue alcanzar la sensación de seguridad.

Independientemente de la causa subyacente, cualquier forma de apego disfuncional puede tener consecuencias negativas para el desarrollo emocional, social y cognitivo de un niño, y por lo tanto, la intervención temprana y la terapia pueden ser útiles para ayudar a estos niños a desarrollar relaciones más saludables y constructivas en el futuro.

Referencias

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