Silvan Tomkins es un psicólogo estadounidense quien, en 1962 plantea la posibilidad de que una persona pueda inducir una emoción determinada, tan solo cambiando su expresión facial de manera consciente. Esta perspectiva se denomina hipótesis de retroalimentación facial y nos indica que sería posible sentir alegría tan solo fingiendo una sonrisa. Por ende, diversos investigadores han hecho lo posible por comprobar esta teoría con variados experimentos. Aun así, no hay resultados contundentes que nos indiquen que la veracidad de esta afirmación.

Hipótesis de Retroalimentación facial

De acuerdo con Charles Darwin, las emociones básicas (tristeza, alegría, rabia, asco, sorpresa) son innatas y universales. Por ende, las expresiones faciales correspondientes a estas emociones también son comunes a todos los seres humanos. En este sentido, nos permiten comunicar lo que sentimos a cualquier persona del mundo, sin tener que explicar verbalmente lo que nos sucede. Así, las lágrimas nos llevan a pensar que una persona está triste o el ceño fruncido nos indica tristeza, sin importar la cultura de la que provengamos.

Para reflejar alegría, placer, diversión o buen humor; la sonrisa es el medio por excelencia. En otros casos, dependiendo del contexto, una sonrisa podría llegar a ser sinónimo de ironía o ira pasiva. También, de acuerdo con el estímulo que la produce, la sonrisa puede ser voluntaria o involuntaria. Tomando en cuenta que ciertos estímulos son capaces de producir expresiones faciales (como la sonrisa), surge la interrogante de si este fenómeno podría ocurrir de manera inversa. Es decir, si el llevar a cabo una expresión facial voluntariamente puede llevar a un individuo a experimentar una emoción determinada. Este planteamiento se denomina hipótesis de retroalimentación facial y fue expuesto por Silvan Tomkins en 1962.

De acuerdo con Tomkins, la retroalimentación facial podría llevarse a cabo de varias formas. En una primera instancia, las expresiones faciales podrían ser suficientes para provocar una emoción, sin necesidad de un estímulo que las propicie. Por otra parte, a través de la modulación, una emoción ya presente puede hacerse más o menos intensa de acuerdo con la gestualidad que hagamos voluntariamente. Por ejemplo, si hacemos un esfuerzo por sonreír cuando se está triste podríamos hacer menos intensa el sentimiento de nostalgia.

¿Fingir la sonrisa?

La hipótesis de Tomkins nos indica que si hacemos un esfuerzo consciente, podemos llegar a inducir la aparición de una emoción determinada o bajar la intensidad de una ya presente. Bajo esta perspectiva, el fingir una sonrisa, por consiguiente, debería provocarnos alegría y sensaciones positivas. Para comprobar esta premisa, diversos autores han hecho investigaciones con resultados variables.

En 1988, Fritz Strack lleva a cabo un experimento en el que le muestra historietas cómicas a dos grupos de personas. A las personas del primer grupo, les indica que deben llevar un lápiz entre los labios, con el objetivo de inducir una sonrisa forzada; mientras que el otro grupo no solo debe observar las historietas sin ninguna otra indicación. Al finalizar, se les pregunta a los participantes qué tan divertidos les parecieron los chistes de las tiras cómicas. Sorprendentemente, para el grupo que cargaba el lápiz, fueron mucho más graciosas; llevándonos a pensar que el forzar una sonrisa nos puede llevar a sentir una alegría más intensa.  

Años después, Eric-Jan Wagenmakers un investigador de la Universidad de Ámsterdam replica el experimento de forma más exhaustiva, con resultados muy diferentes. En el estudio de Wagenmakers, no hubo una diferencia significativa entre ambos grupos. A partir de esta investigación, la hipótesis del feedback facial se pone en duda, pues los datos no eran suficientemente contundentes para creer que una sonrisa por sí sola podría elevar el estado de ánimo de un individuo.

Sin embargo, investigaciones más recientes son sugerentes de que la hipótesis de retroalimentación facial podría tener alguna validez. Entre ellas, en el año 2014, los doctores Finzi y Rosenthal estudian a pacientes con expresiones faciales inducidas por botox, demostrando que su que éstas influían en su estado emocional.

Emociones forzadas

Tal como se ha expuesto, la hipótesis de la retroalimentación facial no está totalmente comprobada. Por tal motivo, no es posible afirmar que el fingir una sonrisa puede ayudarnos a inducir alegría, o hacer un esfuerzo consciente por fruncir el ceño nos llevaría a sentirnos más tristes o molestos. En este sentido, es necesario realizar más estudios con el fin de comprobar los alcances y limitaciones de esta teoría y alcanzar resultados contundentes.

En el caso de que la retroalimentación facial llegue a comprobarse, ¿Realmente podría representar una herramienta para aprender a regular nuestras emociones? Las emociones, en resumidas cuentas, son reacciones adaptativas ante las circunstancias; ninguna de ellas es mejor que otra. En nuestras sociedades, hay una tendencia a invalidar emociones como la tristeza o la rabia, por lo que muchas personas crecen con la idea de que es necesario mostrarse alegres todo el tiempo.

Una investigación de la Universidad Complutense de Madrid estudia la simulación de emociones en el trabajo, sin llegar a experimentarlas realmente. Como resultado, se encuentra que el forzar las emociones afecta negativamente la salud de los empleados y la satisfacción en sus relaciones de pareja. Esto se debe a que el intentar poner ‘una buena cara’, para generar un ambiente laboral agradable es muy agotador y solo sirve para llenar las expectativas de la organización.

Referencias

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